23 de Julio 2004

caballos, 360 días después

sea como fuere,

Me compró unos caballos, y salimos antes del amanecer a montarlos. Y todavía no había aclarado, y nos internamos en el bosque cubierto de rocío a pasear. Y cuando llegamos al lago cubierto de escarcha me dijo: "Tranquilo, aquí no pueden llegar tus demonios". Y entonces arrancamos a galope tendido más allá, y el bosque parecía no acabar nunca. Y a nuestro paso atravesábamos claros, y carboneras humedecidas, y tapices de hojas de pino, y mientras galopaba delante de mí, sintiendo el fresco viento matutino golpear mi nariz, observaba su espalda, sus formas, sus ademanes vigorosos con las riendas, y su cabecita pelona e incipientemente canosa, y sus cuadradas orejitas a la luz incierta del albor, mientras todo parecía borroso a nuestro paso. Y después de una eternidad galopando, llegamos al lago donde los primeros rayos de sol se reflejaban en la superficie quieta. Y el viento era ténuemente cálido y nos traía el hedor del azufre en el agua. Así que nos despojamos de la ropa y nos zambullimos en el agua tibia. Contuvimos la respiración bajo el agua. Nadamos hasta la parte más profunda. Competimos en distancias imaginarias. La nariz enseguida se acostumbra al olor del azufre. Sin saber muy bien cuándo, ¿qué habían pasado? ¿horas, minutos? ¿años? empecé a sentirme invadido de una ineludible lasitud en los sentidos, una calma chicha, y allí, en medio de un tibio lago sulfuroso, mirando los caballos y la ropa en la orilla, sentí la fugaz impresión de haber olvidado algo. Me faltaba algo. Me miré las manos como esperando encontrar el famoso cordel en el dedo índice, o alguna anotación en el dorso. No había nada. Y sentí como los indicios se escurrían de mi cabeza, como la arena se escurre entre los dedos y las palabras que están en la punta de la lengua se escurren antes de que puedas decirlas. Continuaba vagamente desorientado cuando llegué a la orilla, y cuando me sequé al viento, en cueros, y ciertamente no supe qué pensar mientras me vestía lentamente contemplando la pareja de caballos esperándome tranquilamente. Y después de ponerme el 50% de la ropa que había por allí tirada, doblé y apilé cuidadosamente el 50% restante, metódico, ordenado, pero aún sin saber qué hacía allí. Tal vez alguien había llegado después de mí al lago. Espera, ¿no fue antes? ¿Estaban allí la ropa y el caballo cuando yo llegué a la orilla? Desde aquel día no entiendo muy bien mi rumbo, ni mis decisiones, ni el por qué de mis peinados, ni por qué decidí alistarme en la marina.

(hoy la banda sonora es Eutow, de Autechre, dentro de su Tri Repetae).

Escrito por Cordero a las 23 de Julio 2004 a las 12:53 AM